Los economistas y la recesión Torrero despliega en su libro todo un arsenal de citas que ponen de manifiesto su profundo conocimiento y sus exhaustivas lecturas del tema. Y, aunque, como dije, el tono del autor es muy comedido, los textos que aduce muestran lo acerbo de los reproches que se han hecho a los teóricos de las «expectativas racionales» y los «mercados autorregulados». Hay quien dice (Nassim N. Taleb) que «los premios Nobel no son sólo un insulto a la ciencia; es que han expuesto al sistema financiero al riesgo de explosión» (p. 23). Y hay sarcasmos acerados, como el del historiador y economista sueco Lars Pålsson Syll: «Mi expectativa racional es que dentro de treinta años nadie sabrá quién fue Robert Lucas. Por el contrario, John Maynard
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Los economistas y la recesión
Torrero despliega en su libro todo un arsenal de citas que ponen de manifiesto su profundo conocimiento y sus exhaustivas lecturas del tema. Y, aunque, como dije, el tono del autor es muy comedido, los textos que aduce muestran lo acerbo de los reproches que se han hecho a los teóricos de las «expectativas racionales» y los «mercados autorregulados». Hay quien dice (Nassim N. Taleb) que «los premios Nobel no son sólo un insulto a la ciencia; es que han expuesto al sistema financiero al riesgo de explosión» (p. 23). Y hay sarcasmos acerados, como el del historiador y economista sueco Lars Pålsson Syll: «Mi expectativa racional es que dentro de treinta años nadie sabrá quién fue Robert Lucas. Por el contrario, John Maynard Keynes será todavía conocido como uno de los maestros de la economía» (p. 62).
Los grandes maestros son, para Torrero, además de Keynes, Joseph Alois Schumpeter, Frank Knight (el autor de un libro precursor sobre riesgo, incertidumbre y empresa), y, sobre todo, Hyman Minsky, economista heterodoxo, seguidor de Keynes y discípulo directo de Schumpeter. Minsky fue el gran teórico de la inestabilidad de los mercados y, por tanto, un réprobo para la ortodoxia dominante en la profesión hasta la Gran Recesión. Murió once años antes de que ésta comenzara y confirmara empíricamente sus análisis sobre la inestabilidad. Y este es otro aspecto que Torrero (y no sólo él, ni mucho menos) reprueba en los teóricos de la autorregulación: que han prestado escasa atención al mundo real y a la contrastación empírica de sus elegantes elucubraciones. En conjunto, incluso antes de 2007, la evidencia real no ofrecía sustento fáctico convincente a sus teorías. La «Gran Moderación» no fue tan grande: la historia económica del último cuarto del siglo XX estuvo salpicada de crisis parciales en diferentes países que exigieron la intervención de los gobiernos. En realidad, los mercados autorregulados residían más en los departamentos de Economía de las universidades norteamericanas «de agua dulce», es decir, las situadas en torno a los Grandes Lagos, entre las que destaca, por supuesto, Chicago, que en las poblaciones, conurbaciones y centros económicos reales que las albergaban.